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La regulación emocional se define como la capacidad de las personas para manejar de forma adecuada las propias emociones. Comprende diferentes mecanismos, como la toma de conciencia de la relación entre emoción-cognición-conducta, la elaboración y ejecución de adecuadas estrategias de afrontamiento, y la capacidad para generar y mantener emociones positivas. Una ejecución adecuada en la regulación emocional implica múltiples competencias, que incluyen la capacidad para expresar de forma apropiada las propias emociones (frente a uno mismo y frente a los demás), la habilidad para regular la impulsividad, tolerancia a la frustración (para prever y gestionar estados emocionales negativos como la ira, el estrés, la ansiedad o la depresión), y habilidades de planificación y afrontamiento frente a situaciones de potencial conflicto.

Los trastornos de la conducta alimentaria acostumbran a cursar con problemas en la regulación emocional, hasta el punto de que algunos investigadores han hipotetizado que posibles desajustes alimentarios podrían ser interpretados como estrategias disfuncionales orientadas a disminuir o suprimir las emociones negativas que experimentan los individuos. Otra línea de trabajo apunta que la disregulación emocional  constituye un potente factor de riesgo transdiagnóstico para el desarrollo y el mantenimiento de los distintos problemas que se incluyen en el espectro del comportamiento alimentario. Sea cual sea el marco de referencia, existe un consenso general respecto a la necesidad de incluir las dificultades en la regulación emocional en la planificación de los programas de prevención e intervención terapéutica.

Un reciente estudio realizado en el Servicio de Psiquiatría del Hospital de Bellvitge y CIBERobn bajo la dirección clínica del Doctor Fernando Fernández-Aranda, y la dirección estadística de la Dra. Roser Granero-Pérez (Departamento de Psicobiología y Metodología, UAB), se ha planteado como objetivo valorar en qué grado las dificultades en la regulación emocional presentes frecuentemente en estos pacientes, mejoran tras la terapia cognitivo conductual que se aplica a mujeres adultas con trastorno alimentario y van asociados al grado de recuperación. La muestra incluyó todos los subtipos diagnósticos que actualmente se incluyen en el grupo de trastornos de la conducta alimentaria (anorexia nerviosa, bulimia nerviosa, trastorno por atracón y problemas alimentarios no especificados).

Los resultados principales del estudio evidenciaron que en comparación con un grupo de mujeres control, todos los grupos clínicos expresaron más dificultad en la regulación emocional (independientemente del subtipo diagnóstico). Comparando los subtipos, las pacientes con conducta de ingesta por atracón (bulimia y trastorno por atracón) expresaron mayor grado de disregulación emocional que las pacientes con conducta de ingesta restrictiva (anorexia).

Respecto a los resultados relativos a la intervención terapéutica, al final del tratamiento las pacientes mostraron mejoras significativas en la regulación emocional, y estos cambios se asociaron de forma relevante a las mejoras que se produjeron en la severidad de la sintomatología alimentaria y en la psicopatología general que acostumbra a presentarse de forma comórbida en estas pacientes. La comparativa por subtipos diagnóstico mostró que las pacientes con mayor grado de mejora en sus habilidades de regulación emocional fueron las que formaban parte del grupo de bulimia, seguidas por las pacientes con trastorno por atracón.

Los resultados de este estudio confirman la presencia de problemas de regulación emocional en los perfiles clínicos de mujeres con diagnóstico de la conducta alimentaria, y evidencian la estrecha implicación de este constructo en los resultados que se obtienen con la terapia cognitivo conductual.