Igor Mel'Cuk, lingüista y profesor de la Universidad de Montreal
El pasado mes de septiembre, Igor Mel'Cuk participó en las XXIV Jornadas Pedagógicas sobre la Enseñanza del Francés en España, organizadas por el Instituto de Ciencias de la Educación de la UAB. Mel'Cuk es profesor en el Departament de Lingüística y Traducción de la Universidad de Montréal (Canadá) y uno de los lingüistas más destacados del mundo. Graduado por el Departamento de Filología de la Universidad Estatal de Moscú, trabajó desde 1956 en el Instituto de Ciencia del Lenguaje de Moscú hasta que, en los años setenta, fue expulsado del centro después de expresar su desacuerdo con -tal y como él mismo se lo explicó en una carta a Noam Chomsky- "la campaña desplegada por la prensa soviética contra Andrei D. Sakharov, así como mi protesta contra el arresto y proceso del eminente científico Sergei Kovaljov". Se exilió en Canadá, donde, desde entonces, ha desarrollado la teoría sentido-texto, una aportación capital a la lingüística contemporánea. Es autor también de un importante curso de morfología general en cinco volúmenes.
- ¿Qué hacía cuando trabajaba en la URSS?
- Empecé a estudiar la lingüística tradicional, la gramática comparativa del indoeuropeo. Después, por motivos políticos, fui expulsado del instituto en el que estudiaba. Cambié completamente de orientación y empecé a trabajar en el campo de la traducción automática. Pero siempre desde la dimensión lingüística, yo no soy informático. En la lingüística, basta con usar un papel y un lápiz. En la traducción automática, hacen falta ordenadores.
- ¿Ya trabajaba entonces con ordenadores?
- Hace cincuenta años, el estado tenía dos o tres ordenadores. Si no tenías acceso libre para usarlos, era imposible trabajar. No tenía acceso porque me consideraban destructor.
- ¿Por qué?
- No lo sé. Quizás porque tengo una manera de pensar demasiado libre. Soy lógico; en la URSS, la lógica no estaba bien vista. Incluso la comunista: yo era un comunista convencido. Siempre intentaba pensar lógicamente, pero si mis conclusiones no eran las que querían las autoridades, yo no podía hacer nada.
- ¿Por qué se tuvo que exiliar?
- Porque perdí mi empleo. Volví a ser expulsado del instituto cuando tenía 46 años. La razón fue que participé en la defensa de Sakarov. Nunca fui un disidente activo, pero hay cosas que no se puede ignorar. Conocí a Sakarov personalmente; le adoraba, era una persona excepcional. Cuando le atacaron, no lo pude tolerar y escribí dos cartas que publicó el New York Times. Dos años después, tuve que pedir un visado para Israel. Nunca me he considerado judío, ¿qué quiere decir que soy “judío”? No soy religioso, el jamón es mi comida favorita... Soy más ruso que nadie. Pero era la única razón que podían considerar las autoridades.
- ¿Fue, entontes, a Israel?
- No, no fui. Una vez tenías el visado, podías atravesar la frontera. Fui a Viena, y allí recibí una invitación de la Universidad de Montréal. Acepté inmediatamente y, un mes más tarde, estaba dando clases allí.
- ¿Cómo surge su interés en francés?
- Empecé a hablarlo en Canadá. No sabía que las clases iban a ser en francés; me había preparado para un curso en inglés. El francés lo conocía desde que era estudiante, lo leía sin problemas, conocía la literatura clásica, pero de ahí a escribir y dar un curso lingüístico hay mucha diferencia. El primer año fue mortal.
- ¿En qué se ocupó una vez llegó a Montréal?
- El objeto principal de mis estudios es la lingüística general y la modelización formal de los procedimientos que utilizamos al hablar. Soy autor del modelo sentido-texto. Intento elaborar una manera de representar lo que podemos llamar sentidos lingüísticos y las reglas formales que traducen una red semántica que representa el sentido en la frase.
- ¿A qué se refiere?
- Eso es lo que hago cuando hablo con usted. El español es un idioma que adoro, pero no lo utilizo cotidianamente. Así que estoy traduciendo mis pensamientos al español; eso es lo que yo quiero modelizar. En la práctica, eso se traduce en crear programas de ordenador que hagan lo mismo. Intento observar, en la medida de lo posible, lo que pasa en mi cabeza, y lo anoto. Luego, eso se programa, se realizan unos experimentos para comprobar si se obtiene el resultado previsto. Es difícil, porque es algo muy sutil.
- ¿Por qué hay tantas maneras de decir una misma cosa?
- Es la naturaleza del idioma. Si tuviera que definir qué es una lengua en pocas palabras, diría que es un mecanismo para producir sinónimos. Hay que partir de que, en la vida normal, cada vez que uno no entiende algo, pregunta y le contestan diciendo lo mismo de otra manera. El proceso se puede repetir varias veces hasta que se entienda. ¿Cómo nuestro cerebro asocia el contenido común de diferentes maneras de decir? Es lo mismo que pasa con los números: se puede decir que una persona domina el cálculo cuando entiende que 2 +2 es lo mismo que 3 + 1. La aritmética es sinonimia. Todo lo que hacemos a lo largo de nuestra vida es producir sinónimos, es nuestra psicología. Eso es la lingüística para mí: descubrir lo que pasa en la cabeza de los hablantes cuando cambian una frase por otra.
- Usted considera que el signo lingüístico consta de significante, significado y sintáctico.
- Sí, pero yo habría empezado por el significado. Las lenguas existen para hablar, no para entender. Fíjese en que preguntamos: “¿Hablas español?”. No se dice, en cambio: “Entiendes el español?”. Se habla de hispanohablantes, no de hispanoentendientes. Todo empieza por el significado. Los niños entienden el idioma mucho antes de que empiecen a hablar. Pero no se considera que lo controlen hasta que hablan. Y se aprende mucho más hablando que simplemente leyendo o escuchando.
- ¿Qué es, entonces, cada parte del signo lingüístico?
- Significado es lo que quieres decir. Significante, el elemento que utilizas para expresarlo. Y el sintáctico, lo que controla la concurrencia entre los signos a todos los niveles: entre morfemas, entre palabras, entre frases... Todo está controlado por unas reglas de combinatoria, que son las que definen la lengua. Si no hay combinatoria, no hay lengua, sólo señales. Hay pájaros que pueden distinguir 200 señales, pero no pueden combinarlos. Sólo han llegado a hacerlo las apersonas y unos poquísimos mono. Se ha descubierto que un tipo de simios pueden tener una sintaxis muy rudimentaria, incomparable con la de un niño de dos años.
- ¿La forma de la lengua determina la forma de pensar, o al contrario?
- Es más complicado. Globalmente, es más cierto que el pensamiento determina la lengua, pero no completamente. Es como la convivencia de dos personas en un matrimonio: son muy diferentes y siempre hay conflictos, pero, poco a poco, los dos cambian para unirse realmente. Entre el pensamiento y la lengua pasa lo mismo. Ambos se influyen mutuamente, pero, ¿cómo? Depende de cada caso. Para la gente sencilla, la lengua determina el pensamiento mucho más que para la gente con más formación. Cuanta más formación tiene una persona, menos cree que eso de que “si se dice una cosa, tiene que ser verdad”.
- ¿Por qué hay personas que tienen más facilidad que otras para aprender nuevas lenguas?
- Es algo innato, como en el caso de las personas que cantan mejor o corren más rápido. Yo, por ejemplo, puedo decir que soy un buen lingüista, pero no soy un buen políglota. Para mí, aprender un idioma extranjero es muy difícil. Es genético, y a la vez depende del plurilingüismo. Los niños que crecen en un ambiente bilingüe o trilingüe, están más dispuestos a asimilar una nueva lengua. Creo que los catalanes tienen más facilidad para hablar inglés que los españoles monolingües. Los genes son los mismos, la educación también, pero el hábito de hablar dos lenguas en la familia, la escuela, etc., ayuda muchísimo. Por eso también los africanos son tan hábiles para aprender idiomas: porque cada uno tiene que hablar dos o tres. En cambio, para un ruso o un norteamericano, es mucho más difícil.
- ¿Cuál es la situación actual de la lingüística?
- Creo que la situación actual de la lingüística es muy difícil. El interés por ella está muriendo. Cuando yo empezaba, había muchos jóvenes que querían estudiar lingüística. Ahora, hay muchos menos. Hace 30 ó 40 años, eso que se llama la revolución chomskiana fue una buena revolución. Chomsky, en mi opinión, es un genio. Pero pasó algo parecido a lo que ocurrió con la revolución comunista, que empezó muy bien y después se convirtió en una mafia. La lingüística ha vivido un proceso parecido a la caída de la URSS y de Europa del Este. No sé qué va a pasar.
- ¿Qué retos se plantean en el futuro?
- Creo que la lingüística debería ser la ciencia número uno, porque tiene las llaves del pensamiento humano. El pensamiento es la última frontera de la ciencia: podemos modelizar el universo, pero no podemos modelizar el pensamiento de un niño de dos años. Eso es lo que la ciencia tendrá que hacer en los próximos años, y eso es, en cierto sentido, la lingüística.
.