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El desarrollo del lenguaje requiere de un entorno rico en estímulos que favorezcan su desarrollo como el que suelen proporcionar los padres. La importancia del contexto familiar para el desarrollo del lenguaje está bien documentada. Especialmente, que las primeras interacciones comunicativas producidas entre el educador principal y el menor son fundamentales para el aprendizaje y desarrollo infantil y que, si éstas no se producen, el desarrollo de esta habilidad se verá comprometido. Además, la calidad y la cantidad de esos intercambios resultan importantes. Por ello, los menores que no han tenido y no disponen de este contexto familiar podrían ver comprometido su desarrollo, y no siempre la familia aporta esta estimulación de forma óptima. Consecuentemente, vivir en ambientes negligentes, de maltrato e institucionalización puede influir negativamente en el desarrollo general del menor y específicamente en el desarrollo del lenguaje.

Utilizando la metodología del scoping review se revisaron estudios publicados entre 2007 y 2017 que identifican las dificultades comunicativo-lingüísticas en estos menores y las posibles repercusiones en su desarrollo futuro. Los artículos revisados constatan que los menores que han sufrido situaciones de maltrato, negligencia y que con frecuencia acaban creciendo en centros de acogimiento residencial pueden habitualmente presentar niveles de competencia lingüística por debajo de la media poblacional y estas dificultades pueden mantenerse a lo largo del tiempo.

No parece que los diferentes subtipos de maltrato tengan un impacto diferencial en las distintas competencias lingüísticas. En todos los subtipos de maltrato (negligencia, abuso físico, sexual y emocional, y la institucionalización) se han encontrado alteraciones o retrasos en las habilidades lingüísticas y comunicativas. Tanto el lenguaje comprensivo y expresivo, como el habla y las habilidades de lecto-escritura tienen un desarrollo más deficitario en comparación con los iguales que no han vivido esas situaciones.

Uno de los hallazgos más relevantes se relaciona con la incidencia diferencial en función del momento en que los menores sufren la situación de maltrato. Las consecuencias más graves a nivel comunicativo y del lenguaje se encuentran en los menores que lo sufren en los primeros años de vida y estas se acentúan si no se realiza una intervención durante los dos primeros años. Por otro lado, el cambio de ambiente en estos menores no garantiza que sin una intervención específica, las dificultades disminuyan y lleguen a igualarse a la población general.

El artículo concluye que una detección e intervención temprana y especifica evitará que impacten y se cronifiquen los efectos negativos en otras áreas de desarrollo (cognitivo, motor, académico, social y emocional) del menor, así como evitará o reducirá costes futuros. Por otro lado, señala la necesidad de concienciar los servicios encargados del bienestar de los menores de la importancia, no solo del cuidado de los niños desamparados o en riesgo, sino también de la estimulación del desarrollo lingüístico en los primeros años de vida del menor. Además, en esta intervención sería necesaria la implicación de profesionales especializados en el lenguaje como son los logopedas.